Las picardías de Sánchez en la trastienda

Bolaños revitaliza el legado de Redondo en la Moncloa con argucias para frenar el crecimiento de Feijóo. Y el PP responde. Vuelve el «mangantes contra felones»

Pedro Sánchez (d) conversa con el ministro de Presidencia, Félix Bolaños (i).

A Pedro Sánchez se le van a hacer largas las 11 semanas que restan para irse de vacaciones a Doñana o a La Mareta. Hasta llegar a la meta volante canicular, el presidente del Gobierno tendrá que bregarse a fondo en los tres frentes que obstaculizan su objetivo de agotar la legislatura: el renovado vigor del Partido Popular; la volatilidad de su dependencia parlamentaria y el futuro de su coalición con Unidas Podemos. Y todo lo anterior envuelto por un clima económico que solo tiene visos de empeorar.

En realidad, lo que realmente se le va a hacer largo a Sánchez es el año y medio que resta para coronar su mandato en una meta final en altura: la presidencia rotatoria de la Unión Europea, que corresponderá a España en el segundo semestre de 2023.

Artur Más dio hace una década un nuevo significado a la palabra «astucia» cuando la utilizó para definir los trucos para construir de tapadillo las «estructuras de Estado» de la futura república catalana. Un destacado socialista catalán, reconvertido en consultor político y columnista en la prensa conservadora, califica ahora de «picardías» las argucias de Sánchez y las atribuye al legado que dejó Iván Redondo en la trastienda del Gobierno.

Es probable que la más reciente de esas picardías haya sido la filtración al diario El País de un nuevo álbum sonoro con pasajes selectos de las conversaciones entre el excomisario José Manuel Villarejo y destacadas figuras «populares» como María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre. Para el PSOE, los audios de Villarejo son un caudal inagotable de motivos para asociar al PP con la corrupción. 

Ese frame permitió a Sánchez desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa y, desde entonces, ha servido regularmente para alimentar la narrativa gubernamental que dirige el sucesor de Redondo, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Ese guion sigue unos pasos previsibles: aprovechar cualquier oportunidad –la sesión de control al Gobierno del miércoles, por ejemplo— para aventar el asunto; acudir, luego, a los tribunales con los recortes de la última revelación mediática bajo el brazo y solicitar una comisión de investigación parlamentaria.

Mangantes contra felones

En el contexto actual, sin embargo, es dudoso que esa estrategia –aplicada por gobiernos de uno y otro signo durante décadas— tenga éxito para frenar el crecimiento de Alberto Núñez Feijóo en las encuestas de intención de voto. La desmesura de Pablo Casado y Teodoro García Egea resultaba molesta, pero el presidente nunca llegó a considerarla un peligro mortal. Entre otras razones porque, en su cálculo, los votos que pudieran captarse por llamarle «felón» quedarían neutralizados por los que se movilizarían para cortar el paso a Casado. 

Ese mecanismo de compensación ha quedado muy disminuido por el tono y el estilo de la nueva dirección «popular». Y el equipo gubernamental lo sabe. No es casual que Sánchez utilizara la palabra «mangantes», inédita en su vocabulario parlamentario, para evocar a los protagonistas de las tramas corruptas del pasado e intentar relacionarlos con Feijóo.

En el corto plazo, sin embargo, la mayor amenaza para las ambiciones presidenciales son sus socios parlamentarios, particularmente Esquerra (ERC). El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés y los 13 diputados de ERC que encabeza Gabriel Rufián en el Congreso no van a soltar la presa de Pegasus hasta que consigan nuevas concesiones del Gobierno. 

Los votos del PP, Vox y Ciudadanos frustraron la creación de comisión parlamentaria que pedían los republicanos para investigar el espionaje, pero forzaron que Sánchez deba someterse a un pleno monográfico sobre el caso. 

Sánchez tendrá que seguir transitando por un campo de minas político. Pero lo que puede sellar su suerte es la economía

El apoyo a la medida de ERC en la Junta de Portavoces le conmina a comparecer ante la cámara para dar explicaciones y, lo que es más útil para las pretensiones la oposición, alimentar titulares y cortes de voz en los medios. Acusar al Gobierno de sumisión a los independentistas es el contra-argumento «popular» de referencia.

El episodio del espionaje (contra los independentistas y el realizado, presumiblemente, por Marruecos contra el propio Sánchez y otros miembros del Ejecutivo) tiene todavía mucho recorrido antes de agotarse. Y, sobre todo, tiene la capacidad de complicar lo que queda de legislatura si así lo decide ERC o si surgen nuevas revelaciones que aviven la polémica.

¿Más cines negros?

Sánchez y su equipo no podrán sustraerse al embate de los cisnes negros que se han hecho habituales desde el inicio de su mandato: la pandemia, el volcán, la escalada de los precios energéticos, la guerra en Ucrania… Y tampoco al de otros acontecimientos más predecibles. 

El más inmediato son las elecciones andaluzas del 19 de junio. Su resultado será determinante para el PSOE porque, a tenor de las expectativas, confirmará la tesis de que Feijóo ha iniciado el cambio de ciclo que, tarde o temprano, le llevará al Gobierno. Pero lo será también para el propio PP, obligado a demostrar que ha recuperado su posición de fuerza dominante del centro derecha español. 

Alberto Núñez Feijóo.

Atención a Olona

Las encuestas indican que Vox, de la mano de la fogosa Macarena Olona, pueden poner seriamente en cuestión la estrategia moderada de los «populares». Primero, en la comunidad autónoma más populosa. Y, más adelante, para gobernar en el conjunto de España.

Sánchez tendrá que seguir transitando por un campo de minas político. Pero lo que puede sellar su suerte es la economía. La inflación, reflejada en la cesta de la compra y en el depósito de gasolina, opera poderosamente en contra de quien ocupa el poder. Los dos partidos del gobierno de coalición seguirán enarbolando la bandera de las causas progresistas y de las conquistas sociales. 

Mientras, el PP solo tiene que insistir en que ellos son los únicos que pueden reparar la política económica. Y es que, en breve, el presidente del Gobierno tendrá que afrontar unas exigencias (aumento de las pensiones, del gasto social, del presupuesto de defensa) que ninguna argucia podrá evitar.

Las estrecheces del Frente Amplio

Las tribulaciones de la izquierda andaluza para formar una coalición electoral para los comicios del 19 de junio son indicativas de la dificultad de la izquierda española para presentarse unida a la ciudadanía. Y, sin embargo, un nuevo modelo de izquierda aparece como imprescindible para compensar el ocaso de Unidas Podemos y el que se augura para el PSOE. La liquidación del socialismo francés en las recientes elecciones presidenciales no hace más que reforzar esa tesis.

La mayor esperanza de la izquierda española para recuperar el crédito de los sectores de población que deberían serle afines es el pretendido Frente Amplio que propugna Yolanda Díaz. El concepto de la vicepresidenta segunda del Gobierno tiene sentido si se quiere atraer a un electorado para el que las mejoras en la vida cotidiana son más importantes que las siglas o la pureza ideológica. Y, además, la persona que encarna ese concepto aparece en las encuestas repetidamente como la figura mejor valorada.

Pese a todo, el proyecto no termina de nacer. Una de las razones es la resistencia de Unidas Podemos, donde siguen mandando los cuadros que instaló Pablo Iglesias. Y la otra es la implantación territorial con la que necesitaría contar ese frente para conseguir un resultado relevante en unas elecciones generales.

El papel que haga Adelante Andalucía en los comicios andaluces determinará en buena medida si el proyecto de Díaz tiene posibilidades de cuajar entre quienes se definen como progresistas. Solo la recuperación de ese espacio, y su agregación al que consiga el PSOE cuando convoque elecciones determinarán si la izquierda española es capaz de desprenderse de sus tendencias cainitas.

De lo contrario, Díaz tiene muchas posibilidades de engrosar la lista de promesas fallidas de la izquierda española –Íñigo Errejón, Mónica García— cuyo tirón en las encuestas se acaba estrellando contra la dura realidad de los votos.

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